YO: Buenos días, ¿qué te pongo?
ÉL: (Mirada altiva). Ponme una cañita… pero bien tirada.
¡Coño! Pensé, ¿cómo que bien tirada? ¿Acaso no sé hacer bien mi trabajo? Me resulta muy desagradable esta gente que te llega de lista y prepotente, pero sobre todo que te llega como si estuviera de vuelta de todo.
¡Oye, chato!, ¿qué es eso de bien tirada? ¡Vamos a ver! No te conozco de nada, es la primera vez que entras en mi PUB, no en un pub cualquiera. No, no. En el mío. Aquí entra personal selecto y todos, por norma general son, todos, personal selecto. Ahora bien, disculpa, tú me estás entrando mal y eso no me gusta.
Sí, sí, eso pensé, pero también recordé aquella máxima que existía hace años en los negocios de restauración:
“EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN”
Poderosa frase. Sin resquicios. Donde no hay lugar a duda. No da salida ni margen. No cabe la probabilidad. Es una sentencia. Una sentencia condenatoria para el camarero que está detrás de la barra.
“EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN”,
Y en este caso, el maldito cliente, con su sonrisa perlada, mirándome de soslayo. (O sea, de lado, como rozando solamente, a lo zorrito, a lo callado, a lo hijoputilla).
YO: (Sonreí). Y además la primera es gratis. ¡Bienvenido a Ricardo’s Pub!
EN EL JARDÍN: Para los que no hayáis estado, os diré que tenemos un pequeño jardín con una fuente en el medio, donde uno puede tomarse una copita a media tarde o por la noche. Cuando hace sol, a rabiar, ponemos una especie de toldo, y por la noche una mosquitera. En invierno y otoño, me imagino que pondremos unas estufillas. Tiene mucho éxito.
Bueno, no me enrollo. El asunto, es que desde la barra, me hizo un gesto con la mano la pajarito y la tanzana, que se estaban tomando un granizado de limón al ron Matusalem.
YO: Señoras.
ELLAS: Caballero.
YO: ¿Qué se les ofrece?
Tanzana: Otro granizado de limón, pero esta vez – e hizo una pausa – bien tirado.
Ambas rieron.
YO: ¡Ajá! ¿Quieres más ron?
Pajarito: No, lo que quiere es más marcha… jajajajaja.
ENTIENDO. Entiendo que las jodidas señoras estas se metan conmigo. Lo tengo bien empleado porque a mí me gusta meterme con el personal. Sí. Lo entiendo. Lo suyo en eso de las bromas es llevar a la práctica la Ley del Talión. Ajá. De acuerdo. Que tal vez, hoy no era el día, seguro, pero ajo y agua, a morderse la lengua y a sonreír.
Que yo el otro día, me eché unas risas con otros tres, sobre el circo de los muchachos, y cómo vivían allí el amiguete Roberto. ¡Pero eso sí! Sanamente, sin acritud y sin sangrar. A lo fino, como Dios manda, unas risas de tapete y café en una madrugada otoñal de este verano incierto. O algo así.
REFLEXIÓN: Huele mal, lo sé. Si comes ajo te huele el aliento, y si hocicas demasiado puedes perder la nariz o salir escaldado. Es lo que hay.
En fin, Serafín, que la vida continúa, sin duda por aquí y por allá. Que ayer el jardín tenía más parroquianos que de costumbre porque ha dejado de llover, y eso, eso, es bueno.
Que al tipo este, que me mira así de esta manera tan altiva, tan a lo “yo soy mejor porque no trabajo con las manos” pues nada, ná de ná, vamos. Que le den. Que a mí me parecen muy honradas las manos del minero, las manos del picapedrero, las manos del jardinero y del marinero, las manos, en definitiva.
Manos que están cuarteadas, avejentadas, sufridas y denostadas por el tiempo y la erosión. Manos, que siendo manos, tienen cada una, una historia que contar. Líneas, surcos que echas con arado y buey, surcan las palmas, y cada palma es una página de la historia de la humanidad.
En resumen: ¡qué le den!
Hoy, las manos de Schauferman.
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